Margarita del Espíritu Santo, Rodríguez Martínez (1647-1719)
Nació en Alicante el 31 de diciembre de 1647. Era hija del cirujano Antonio Rodríguez y de Vicenta Martínez, fervientes cristianos. De muy pequeña se vio que era de inteligencia precoz, hoy diríamos superdotada. A los cinco tocaba el arpa y era muy hábil para la lectura, la escritura y la, composición de versos, en gran parte de forma autodidacta.
En aquel tiempo convirtió a una mora, sierva en su casa, aficionada a la nigromancia. A los ocho quería marchar al desierto con otra niña para hacer vida penitente y después quiso refugiarse en la cueva de santa María Magdalena de Marsella. Entró en el convento de Carmelitas descalzas de san Jose de Valencia a los catorce años y allí profesó con dispensa. El arzobispo Rocaberti le encargó que saliera del convento para la fundación del convento del Corpus Christi de Carmelitas descalzas que él quería fundar bajo su jurisdicción. Sin embargo se sabe que un año después, autorizada por un Breve de Inocencio XI, pasó al de santa Úrsula, de la misma ciudad, de la Orden de Agustinas descalzas, donde profesó el 6 de octubre de 1683.
Comentando sobre sus escritos espirituales, se afirmó: «Todos sus papeles están llenos de divinas escrituras, explicadas con tal propiedad y profundo sentido, que es admiración de los mismos Teólogos; siendo así que no se sabe aprehendiese la lengua latina, ni se halla que explique una sola palabra con ella, si solo en la lengua vulgar castellana, de que usamos comúnmente».
Profesó el 6 de octubre de 1684. Devota de los misterios de nuestra salvación, en una visión el Señor le mostró los signos de la Pasión grabados a fuego en su alma. Vivió tan cerca de Jesús que experimentó en sus continuas visiones, junto a Él y por amor al mundo, las horas de su cruz.
Fue muy devota de san José, creció y murió en la vida religiosa, a la sombra de monasterios a él dedicados y sus biógrafos, cuentan que este glorioso santo «era el muro en el que rompían todas sus olas y tribulaciones», porque para todo se encomendaba a él. Su causa sigue estancada hasta que Dios quiera.
Murió, en olor de santidad, en el monasterio de santa Úrsula de Valencia después de varios accidentes cerebrales, el 29 de enero de 1719, a los 71 años. Gozó de fama de santidad, muy querida por su comunidad, que conservó sus reliquias, escritos espirituales y sobre todo su recuerdo de veneración. Sus restos mortales se conservan dentro de una arqueta de madera, descansan en la Ermita de Santa Ana, en el Monasterio de Agustinas Descalzas de Benigánim.