Descalzas

DESCALZAS

La reforma descalza

Ambiente general de reforma

La reforma fue un ideal predicado y vivido en toda la Iglesia católica desde finales del S. XIV. Con sus más y sus menos alcanzó su plenitud a finales del XVI, tras el Concilio de Trento. Dentro de esta corriente, Santa Teresa, con la fundación de San José de Ávila, se vuelve el máximo exponente del movimiento descalzo en la vida religiosa, influyendo en un buen número de órdenes.

Valencia, por haber estado durante 110 años como sede vacante en lo que a obispo se refiere, acusó aún más esta necesidad de reforma. Se inició con santo Tomás de Villanueva, pero fue llevada a cabo y consolidada por san Juan de Ribera, gracias a su largo pastoreo de 43 años en la diócesis, en los que la reforma fue su norte. Solo en lo que toca a la vida religiosa el interés del obispo Ribera se evidencia al poder sumar 83 conventos entre renovados o fundados de nuevo, dentro y fuera de Valencia, con este objetivo y con su directa intervención. En su tiempo se da el período dorado de la espiritualidad valenciana con figuras de la talla de: Francisco de Borja, Luis Beltrán, Gaspar Bono, Pascual Bailón, Nicolás Factor, Andrés Hibernon… El mismo Patriarca entra en contacto con Juan de Ávila, Luis de Granada, Teresa de Jesús, Carlos Borromeo, Lorenzo de Brindis… A su vez el pueblo cristiano cuenta con grupos de devotos que se unen alrededor de figuras carismáticas como el sacerdote Francisco Jerónimo Simón o Francisca López del Santísimo Sacramento.

Ambiente en el que nacen las descalzas

Las descalzas, desde sus orígenes, van a estar conectadas con los principales núcleos espirituales de la época.

Los franciscanos descalzos gozan de las preferencias de san Juan de Ribera, ellos alimentan una espiritualidad totalmente centrada en la oración de recogimiento y continuadora de la herencia mística del siglo XVI, siglo de Oro en España. Los franciscanos tienen gran influencia en las descalzas tanto por el número de casas en tierras valencianas, como por la coincidencia de estar en varias poblaciones ambas realidades, y en el caso de la M. María de Jesús Gallard también por tener en los franciscanos dos hermanos, ambos muy espirituales y estar muy relacionada con los dos grandes cenáculos espirituales surgidos y custodiados por dos notables beatas franciscanas: la Madre Francisca y Catalina Ferrer.

La Madre Francisca, desde 1612, es la figura espiritual más conocida en Valencia. Beata franciscana nacida en Alcoy, cuya dirección espiritual es buscada por personajes del calibre de Antonio Panes, Antonio Sobrino, Juan Falconi, Jerónimo Gracián, Miguel de Molinos y también varias descalzas de la primera hora, siendo la más vinculada a ella la M. María de Jesús Gallard. Catalina Ferrer por su parte lidera otro círculo espiritual cuyo centro está en Denia y donde destaca el fervor de sus dirigidos y el cambio de costumbres de los mismos. La M. María de Jesús trató también con ella por más de 18 años.

La M. María de Jesús Gallard, como hemos indicado, se relacionó con las realidades más vivas de la época y la zona. Mantuvo correspondencia con la venerable María de Jesús de Ágreda y con San Pascual Bailón. Destaca su trato de amistad profunda con el P. Juan Muniesa, el que introdujo en Valencia la Escuela de Cristo, así como con el venerable Pedro Esteve, predicador popular llamado “el Santo” con quien se dirigía, él fue quien le mandó escribir sus experiencias espirituales.

Junto con los franciscanos descalzos, los jesuitas son el cuerpo más compacto de la reforma en España. La universidad de Gandía, fundada por san Francisco de Borja no solo fue centro de saber sino sobre todo de acompañamiento espiritual y de irradiación de la oración afectiva. Su influjo en las descalzas es muy notable, especialmente en la fundación del convento de Murcia.

Así mismo consta también la relación de algunas descalzas y sus monasterios con el resto de lugares donde se dan cita los espirituales: La Cartuja de Porta Coeli, algunos de los fundadores del Oratorio, o figuras destacadas como el obispo Luis Crespi, Jaime López o Vicente Orient.

Teresianismo

Teresa de Jesús es la figura que compendia todas las fuerzas reformistas de la época, de ahí que Juan de Ribera, afanado por alentar cualquier foco de renovación espiritual, la tiene como máximo referente en lo que toca a reforma de vida religiosa.

A solo un año de la fundación de San José de Ávila, el Patriarca conoce la obra de la Santa a través del obispo de Ávila, Álvaro de Mendoza. Favorece la fundación de carmelitas descalzas y toma interés por su obra escrita.

En 1587 edita Camino de perfección y para la fundación de las Agustinas Descalzas adopta el texto de las Constituciones escrito por ella, aprobadas en vida de Teresa y editadas por Fray Luis de León en 1588.

Estas a solo 4 años fueron sustituidas para las carmelitas por un ordenamiento procedente del gobierno general, por lo que del texto inicial se conservan pocos ejemplares, uno de ellos es precisamente el de San Juan de Ribera.

El santo fundador, en esta misma línea se preocupó de que los visitadores de sus descalzas estuvieran llenos de este espíritu teresiano y así tres de las figuras más próximas a la Santa tendrán esta tarea encomendada por él: Cristóbal Colón, Juan Sanz y Jerónimo Gracián.

Reforma descalza

Es lo que Juan de Ribera denomina general reformación de las monjas, y nace de la insatisfacción ante la común vida religiosa y la comezón interior que hace desear una vida mucho más radical, enraizada en el deseo de fidelidad a lo esencial de la propia vida: la oración, el silencio, la soledad, la pobreza, la penitencia, la vida fraterna, la sencillez de vida e igualdad entre las hermanas. Todo esto, en esta época, se vuelve un ideal que ejerce gran atractivo y se extiende por toda la geografía española de finales del siglo XVI, aunando los espíritus más generosos e inquietos.

Dos son las razones que el fundador da a sus Agustinas Descalzas como objetivos de su vida reformada: El mucho servicio de Dios nuestro Señor y estar a la altura de la vocación.

El mucho servicio de Dios nuestro Señor: Por servicio de Dios aquí se entiende la relación debida de la criatura al Creador, reconocido como Señor y Rey de todo lo creado. Esto supone una actitud de adoración, manifestada en el culto personal y litúrgico, así como por una vida acorde a la voluntad divina.

En una época marcada por la herejía, las conversiones de moriscos por conveniencia, la proliferación de alumbrados e incluso descreídos, se siente la sed del Dios Vivo y verdadero, de descubrir que solo Dios basta para saciar el anhelo profundo del alma. El Santo les pide que, junto a esto, hagan labor de Iglesia amando apasionadamente a Cristo sufriente por amor a los hombres, para llevarles a amar a Dios, esto, para Juan de Ribera, también lo comporta el volver por la honra de Dios.

El desagravio es objetivo que el fundador da a sus monjas dentro de esta visión de honrar a Dios. Cuando Dios no es reconocido como Señor y Creador, el pecado y la desorientación humana imperan. Reparar este daño ya no es capacidad del hombre sino de solo Dios, y ello es lo que realiza JESUCRISTO, el Hijo de Dios, con su pasión, muerte y resurrección. Eso es precisamente lo que actualizamos en la Eucaristía, de ahí el fervor eucarístico renovado, de ahí también la profunda devoción a la Cruz y la identificación amorosa con el Crucificado a través de la penitencia y la mortificación. Es el tiempo en que surgen las cofradías y las obras de caridad organizada. En Valencia, la reliquia del cáliz del Señor genera también el desarrollo de la devoción a la Sangre de Cristo.

Todo el fervor eucarístico de san Juan de Ribera y su época va a tener un influjo especial en las Agustinas Descalzas tanto porque su fundador es un enamorado del Santísimo Sacramento como porque su fundación da el primer paso en Alcoy, en respuesta reparadora a una profanación de la Eucaristía. Ellas hacen suyo el santo y seña del fundador: ¡Alabado sea el Santísimo Sacramento! Y van a tener una especial dedicación a la Oración, cuyo centro será la Eucaristía.

Este desagravio tendrá también un matiz muy concreto: reparar lo hecho por mujeres. La infancia abandonada y la prostitución eran dos objetivos prioritarios en los temas sociales de la época. Piensa el fundador en que sean precisamente mujeres, ejemplares y santas, las que se solidaricen en sanar el daño realizado por otras mujeres.

Estar a la altura de la vocación: es el segundo objetivo que San Juan de Ribera marca a su fundación de agustinas descalzas. Se lamentaba de ver a mujeres que han hecho lo más, dejando casa, bienes, renunciando al matrimonio y la maternidad, encerradas en monasterios que deben favorecer una vida a semejanza de los ángeles…, ahora disipadas, perdiendo su coherencia de vida y las riquezas de la misma por estar entretenidas en compromisos sociales, yendo tras posibles limosnas para su sustento.

Era el mal que acosaba a los monasterios, faltos de recogimiento, de tiempo dedicado a la oración, llenos de vida social y diferencias notables entre las mismas religiosas en función de sus haberes. De ahí que la reforma busca ante todo que prime el interés espiritual como sentido y concreción de la propia vida y que la igualdad y fraternidad sean una realidad vivida.

La descalcez toma fuerza en España en este tiempo de finales del XVI y principios del XVII. Los descalzos más significativos son: Pedro de Alcántara, Teresa de Jesús y Juan de la Cruz. No se trata sin más de una práctica corporal (ir descalzos), sino que ante todo es una categoría espiritual sumamente rica y significativa, una forma de sentirse y estar en la presencia de Dios, un modo de sentir y expresar a Dios.

El texto bíblico que la inspira y alimenta es (Ex.3, 1-6). Descalzarse porque lo que pisamos es tierra Santa, lugar en el que habita Dios; descalzarse, desnudarse de todo amor y apego fuera de Dios.

A esto van encaminadas las distintas prácticas como el recogimiento (silencio, soledad, encierro en la celda), la oración (sacramentos, oración litúrgica y personal por dos horas), la pobreza (sin dote que sustente, sino manteniéndose del trabajo manual), la mortificación (en comer, vestir, poseer) la vida de comunidad (donde todas son hermanas sin dignidades por abolengo o riquezas) y el trabajo (eliminando “la tarea” que eran trabajos personales para el beneficio económico personal de quien lo realizaba, para sustituirla por tareas y beneficios comunes). ¡¡Descalzarse en la presencia de Dios y para Dios!!

¡¡¡Alabado sea el Santísimo Sacramento!!! ¡¡¡Sea por siempre bendito y alabado!!!