AGUSTINAS DESCALZAS
Historia
En sus orígenes no era convento sino, un terreno propiedad de la familia Tudela. El mencionado linaje, era una de las más notables familias de la población.
Tres hermanos constituían el núcleo familiar de los Tudela: Bartolomé, terrateniente, sería el primer baile real en 1602; Miguel, doctor en medicina, era médico personal de San Juan de Ribera; y Eugenio fue canónigo de la catedral valenciana. De este último surgió la iniciativa de levantar, en los terrenos de su propiedad, justo frente al portal de su casa, una iglesia bajo la invocación de la Purísima, junto a la cual, y en su lado norte edificaron un colegio destinado a la educación cristiana de los moriscos de Benigànim y los lugares de su órbita de influencia. La fundación quedó establecida en el año 1598.
El colegio respondía a una necesidad social de su tiempo. Más en concreto se materializaba la corriente, defendida hasta el último extremo por el patriarca Ribera, de convertir a los moriscos. Pocos años tuvo de vida la institución, pues la expulsión de los moriscos en 1609, fue causa de la forzosa clausura del colegio.
La amistad de los hermanos Tudela con el arzobispo Ribera, favorecieron el dedicar edificio y huerto para convento de Agustinas Descalzas, fundación iniciada en 1597 en Alcoy por el Patriarca.
El 3 de junio de 1611 salieron cinco religiosas del convento de santa Úrsula de Valencia, a la cabeza de las cuales se encontraba, como superiora, la madre sor Dorotea de Jesús.
Junto a la priora. sor Dorotea de Jesús, llegaron sor Catalina de la Santísima Trinidad como subpriora y maestra de novicias, Vicenta de san Francisco, Esperanza del Calvario y Victoria de san Esteban.
Llegaron a Benigànim el cinco de junio y se acomodaron en el convento, sin estar aún puesta la clausura. Durante estos días las primeras monjas se emplearon en confraternizar con su nuevo vecindario que las visitaba en su nueva morada.
El día 11 del mes de junio del año del Señor de 1611, se organizó una solemne procesión que trasladaba al Santísimo Sacramento del Altar desde la parroquia hasta el convento. Al día siguiente de la fundación vistió el hábito la primera religiosa de Benigànim, la madre sor Francisca de la Concepción, que en el siglo había destacado como bailarina.
En los sucesivos meses ingresarían otras religiosas. Victoriana de san Luis, 19 de agosto; Ana de san Agustín, 28 de agosto y la madre Paula del Espíritu Santo en 25 de octubre. En lo sucesivo continuarían las vocaciones hasta llegar al número constitucional de 21 religiosas.
Es un edificio capaz para su función sin ser grande, ni destacar por atributos artísticos. No en vano santa Teresa insta a que los conventos sean sencillos, suficientes para cubrir las necesidades y que solo se reserve el ornato, de haberlo, para la iglesia.
El convento se articula en torno a un claustro, eje vertebrador de la casa. En torno a él se sitúan, en la planta baja, las principales estancias monacales y el acceso al presbiterio, así como el propio acceso a la portería y al torno. Del mismo modo de allí parten las escaleras y corredores que distribuyen el resto del espacio conventual.
En la planta superior se disponen las celdas de las religiosas. Si bien no se trata de un edificio relevante por su antigüedad y arte, constituye en sí mismo un gran relicario por conservar, en su espacio original, los rincones que fueron testigos de los principales sucesos que nos narra la vida de la Beata Inés. Así, por ejemplo, allí permanecen muchos de ellos como el nombrado torno, la celda de su muerte, o el pozo famoso en el que el divino niño Jesús le rescató la llave.
Uno de los principales aspectos que llaman la atención de este monasterio es su amplia huerta. Siempre ha cumplido dos funciones. De una parte satisfacía las necesidades de la comunidad proveyéndolas de legumbres y hortalizas y por otra servía de espacio de recreo y meditación.
Entre los elementos más reseñables de la extensa huerta cabe nombrar la balsa, la cual se abastece del agua de una canalización antiquísima procedente de una fuente natural.
Otro elemento destacable es la ermita. Se desconoce la fecha exacta de su construcción pero bien podría estar levantada desde el tiempo de la fundación o muy poco después.
De hecho ya se hace referencia a ella en las biografías de la Beata Inés, por tanto durante el siglo XVII. Actualmente en un pequeño patio al que se accede desde el interior de la ermita se encuentra el cementerio conventual.
También resultan curiosos dos relojes de sol, situados dentro del huerto, uno de ellos, el que se sitúa junto a la balsa, lleva rotulada la fecha de 1831. En el centro del muro de su cara norte se encuentra, una espadaña en cuya vertiente sur se aloja uno de los dos relojes de sol nombrados.
En la actualidad otro edificio, levantado en el extremo suroeste de la huerta completa el conjunto conventual. Se trata de la casa de oración “Rema mar adentro” que las religiosas hacen servir para retiros espirituales y otras actividades religiosas. Cuenta este edificio, entre sus distintas dependencias, con su claustro de arcos y su capilla que incluye un coro para las religiosas.
El alto muro que resguarda el huerto del exterior fue levantado en los primeros años del siglo XIX. Parece ser que anteriormente el huerto, o al menos parte de él, quedaba a la vista, quizás defendido del exterior por algún cercado. Pues también nos consta en la vida de la Beata Inés que ella misma pudo conversar con algunas religiosas, previamente a su entrada en clausura, al encontrarlas faenando en el huerto.
La iglesia primitiva fue edificada en 1598 y reformada para uso conventual en 1611 y su acceso estaba situado en la calle de Valencia, frente al portal de la casa de los Tudela.
A partir de la vida de la Beata Inés y, en mayor medida, después de su muerte, aquel convento y su pequeña capilla se fueron convirtiendo en un importante punto de peregrinación.
A fines del siglo XVIII se veía próximo el momento de la beatificación, por este motivo las religiosas tuvieron que realizar una proyección de futuro, considerando que la Iglesia tenía que ser escenario de multitudinarias celebraciones, que acogieran el creciente número de devotos de la madre Inés.
Debía realizarse una construcción capaz de albergar tales acontecimientos, y que fuera el sepulcro en donde venerar las reliquias de la futura Beata. A ello contribuyó también el deplorable estado de conservación del primer templo.
En junio de 1804 tuvo lugar la colocación de la primera piedra, el acto fue presidido por el franciscano fray Joaquín Company, arzobispo de Valencia, quién contribuyó con una aportación de 1000 libras. No obstante, esta suma y el resto de limosnas solo permitieron realizar el acopio de materiales, no habiendo suficiente capital para el pago de los peones. Las religiosas, pues, pedir a su majestad Carlos IV permiso para mendigar por todo el reino. Una vez concedido dicho privilegio, las madres agustinas recaudaron fondos no solo para finalizar la obra, sino para completarla y ornamentarla.
En el interior de la Iglesia se realizó un colosal camarín. En su hornacina se halla el sarcófago que atesora la imagen yacente y una reliquia de la Beata Josefa. El sepulcro, de bronce dorado y combados cristales, es obra del orfebre italiano Alejo Janino. Anteriormente a la Guerra Civil en el sarcófago reposaba el cadáver incorrupto de la santa agustina, en la actualidad la imagen que lo sustituye esta vestida con el hábito original.
En el verano de 1936 el culto católico fue suspendido en Benigànim por mandato del comité revolucionario. Solamente se mantuvo en la clandestinidad.
Las religiosas se dispersaron y la mártir y beata sor Josefa de la Purificación, maestra de novicias en aquel tiempo, exhorto a las pocas religiosas que quedaban en el convento al estallar el conflicto a permanecer en él.
Al no verse secundada por ninguna tuvo, con gran dolor y pesar, que abandonar su morada y trasladarse a su ciudad de Algemesí con su madre y hermanas. Todas juntas serían martirizadas el 25 de octubre de aquel mismo año.
El convento y hasta la más humilde construcción cristiana de Benigànim quedó a merced de la barbarie anticlerical. Durante las primeras semanas de conflicto bélico fueron incendiadas y saqueadas las iglesias de la Villa. Se perdieron siglos de arte y de historia así como en la iglesia de las agustinas el tesoro más preciado: el cuerpo de la Beata Inés.
La masacre continuó con el monasterio sin respetar nada. Hasta los cuerpos de las religiosas fallecidas fueron esparcidos por el huerto y profanados. En el interior de la nave un gran incendio devoró sus bienes muebles. Allí se perdieron para siempre las pinceladas de Espinosa o Vicente López. Se convirtió en cenizas el santo Tomás de Villanueva de Roque López y el san José anterior a Vergara. Jamás se volvieron a ver el terno y la casulla que regaló al convento la reina Mariana de Austria, y con ellos infinitud de recuerdos y testimonios de la Beata y de sus hermanas de claustro de todos los tiempos. Se llegaron a pagar jornaleros para arrancar las losas de mármol de Macael con que se pavimentó el templo en su restauración de 1896.
En los años sucesivos iglesia y convento tuvieron el aspecto de la más triste ruina. Terminada la guerra la restauración del conjunto monástico fue una prioridad. Las monjas volverían a su casa y adorarían a la Eucaristía en su iglesia en el año 1944. Estos hechos dan testimonio de la verdad humana. Los hombres podemos hacer grandes cosas, pero también destruirlas.
La iglesia y la vivienda de las monjas se adecentó lo mejor posible. La iglesia, desnuda en extremo, fue completando su decoración progresivamente. La providencia, que siempre ha asistido a esta casa, se sirvió de la devoción a la Beata para dotar de nuevo esplendor a la comunidad.
La crisis vocacional que sufre la iglesia no ha hecho excepción con las Agustinas Descalzas. Durante la primera década de este siglo la comunidad de Benigànim tuvo que abrir sus puertas, con amarga alegría, a las monjas de los conventos de Segorbe, Valencia, Xàbia y Olleria. Finalmente el 24 de febrero de 2013, el día en que se celebraron los 125 años de la beatificación de la Madre Inés, la caridad obligó a las monjas de la casa madre de Alcoy a trasladarse al convento de Benigànim, para que así las Agustinas Descalzas no dejen de orar junto con las Beatas Inés y Josefa de la Purificación.
Entre los nombres de las más insignes habitadoras de la casa se encuentran los de sus fundadoras, las cinco religiosas de santa Úrsula. Entre sus biografías encontramos constantes penitencias y mortificaciones y una gran constancia y fervor en la oración.
También las notas biográficas de la Madre Catalina de la Santísima Trinidad nos hablan de experiencias místicas y de un gran amor a Jesucristo que la religiosa plasmó en un poema compilado en la obra del padre Jaime Jordán.
Igualmente protagonizó experiencias místicas y gozó de fama de santidad la primera profesa de Benigànim sor Francisca de la Concepción, apodada la monjita guapa, que antes de su ingreso en religión se había ganado fama de bailarina.
También destacan los autores los nombres de Ana de san Agustín y Encarnación de santa Ana, ambas de Benigànim y que profesaron el año de la fundación.
La última fue un asombro de penitencia y la primera muy fervorosa de la Eucaristía experimento como se abría el sagrario milagrosamente. Otro nombre que destacan muy singularmente los autores es el de la madre Leocadia de los Ángeles, quien fuera la priora que contra todas las opiniones recibió a la Beata Inés.
Ejerció su priorato por treinta años, siendo ejemplo de preladas. Fue muy favorecida del cielo recibiendo señalados favores hasta su muerte acontecida en 1642.
Dos nombres nos faltan para completar este relato y sin duda los más importantes. Hablamos de las Beatas Josefa María de santa Inés y Josefa de la Purificación.
Las virtudes de ambas han sido reconocidas por la iglesia y las dos son las únicas Agustinas Descalzas elevadas a los altares. Además la orden puede honrarse en el hecho de que la primera santa valenciana, la Beata Inés, sea de su misma congregación.