Agustinas
Desde el origen de la Orden de San Agustín, algunos monasterios femeninos nacieron por iniciativa de la Orden misma; otros, que ya seguían la Regla agustina, se asociaron a la Orden espontáneamente.
En nuestra Orden, la Profesión Religiosa, con la cual nos consagramos a Dios, es considerada como la raíz y el principio de nuestra plena comunión de vida y de nuestra igualdad fraterna.
El elemento fundamental de la vida agustina es la vida común, en virtud de la cual las Hermanas, arraigadas y unidas en el amor de Cristo, mientras tienden incesantemente a la interioridad y a la búsqueda de Dios, se sirven mutuamente, intentan desarrollar los talentos naturales de la persona humana y trabajan con todas las energías por el bien de la comunidad. En este género de vida, las Hermanas no poseen nada como propio, sino que viven de los bienes comunes.
En la orden de San Agustín el concepto de Comunidad no se agota ni se circunscribe a los límites de la Comunidad local. En consecuencia, el sentido más pleno de la comunidad en nuestros Monasterios, aun conservando su autonomía, se realiza en la comunidad de toda la Orden y en comunión con toda la Orden.
Ella es nuestra principal Familia, que se ordena al bien de la Iglesia, comunidad suprema de todos los cristianos.
De hecho las monjas completan en la Orden la manifestación de aquellos carismas que el espíritu Santo quiso expresar a través de esta fundación monástica; más aun, son la expresión viva del aspecto más sublime, aquel que todos y cada uno de los miembros de la Familia Agustiniana deben codiciar como la plenitud de la perfección. Así es como las monjas pueden ser activas en los Hermanos, y los Hermanos contemplativos en las monjas.