Madre Dorotea de la Cruz, Nació en Játiva,  hija de Juan Torrella y Elena Escrivana,  padres virtuosos y nobles de familia. De niña se sabe que por sus deseos del martirio, huyó de casa, acompañada de su doncella, vestida con hábito de capuchino. Advirtió el ardid un tío suyo y fue restituida a la casa paterna, de donde volvió a salir para ser religiosa con la aprobación de sus padres que, lejos de estorbar, secundaron con agrado esta voluntad de su hija. Ellos la acompañaron al monasterio de San Cristóbal, de Agustinas canonesas, en Valencia, con fama de observancia. En este monasterio ejerció varios oficios con tan buen estilo que, repetidas veces, fue elegida priora, y lo era cuando se dio la salida para la nueva fundación.

San Juan de Ribera la atendía espiritualmente y sabía que era buena “piedra angular” para llevar a cabo el proyecto por él tan deseado de tener en la diócesis de Valencia un convento descalzo, como los que estaba fundando Teresa de Ávila. Por ello, ante las dificultades para que la gran reformadora iniciase aquí una fundación de carmelitas descalzas, la inspiración divina le movió a valerse de la M. Dorotea para iniciar la Orden de las Agustinas descalzas. Esto ocurría el 18 de diciembre de 1597 empezando en Alcoy, primera casa de esta reforma agustina. Un año después, el 19 de diciembre, Dorotea Torrella realizaba la profesión como agustina descalza tomando el nombre de Dorotea de la Cruz, junto a las otras tres hermanas fundadoras y en manos de San Juan de Ribera.

Ella, pues, fue la fundadora de la Orden, priora en el primer monasterio en Alcoy y seis años después en Denia, donde también fue como fundadora y primera priora; a ella va dirigida la carta del fundador Juan de Ribera que constituye uno de los tres escritos carismáticos junto a la Regla de san Agustín y las Constituciones de santa Teresa.

Se cuenta de ella que, el día de su salida de San Cristóbal, acudieron todas las hermanas a su celda para acompañarla en la salida, allí tenía un cuadro llamado “de la Verónica” con la faz de Jesús, al que reverenciaban al salir de la celda. Ese día y en ese momento habló: “Yo también quiero ir con vosotras”. Así lo cumplió la M. Dorotea que lo descolgó al instante, conservándolo las hermanas de Alcoy hasta el día de hoy, trayéndolo consigo en su venida a Beniganim.

También es anécdota de los inicios de la fundación, estando con grandes carencias, el que una mujer muy rica pidió ingresar, ofreciendo toda su fortuna. La M. Dorotea le pidió descubriera su cara y al mirarla se dijo para sí: Más quiero observancia que riqueza, y no la admitió.

Fue hábil para inventar labores que ayudaban al sustento de la comunidad. En la dirección de las hermanas destacaba por su modo caritativo de corregir, bastaba su mirada. Arrastraba con su ejemplo, siempre la primera en entrar al coro y la última en salir. Alma de oración, sus hermanas testifican que ésta en ella era continua y que en ocasiones la delataba su rostro encendido. Su conversación siempre era de Dios y sus cosas; muy caritativa y humilde en el trato con cada una.  Solía decir con frecuencia: Tan bueno es Dios que quien más le ama es más santo.

En repetidas ocasiones fue priora del monasterio y para que la Comunidad no padeciera las consecuencias de la terrible carestía que sufrió el país durante algunos años del siglo XVII el Señor se complació en multiplicar milagrosamente los alimentos del monasterio por su mediación. Ella formó y alentó a la M. Mariana de san Simeón y la eligió como priora de la fundación que se inició en Almansa en 1609, apenas cinco años después de iniciada la de Denia, de donde salieron las cuatro hermanas fundadoras de Almansa. Ella también, en su ancianidad, fue maestra de novicias, en Denia, de la M. María de Jesús Gallard, quien al pasar los años sería fundadora de la última fundación de la Orden, Jávea, en 1663.

Tras una enfermedad que la retuvo dos años en cama, a consecuencia de una caída, con dolores que llevó de modo ejemplar, murió con el mismo olor de santidad con que vivió, el 13 de marzo de 1646.