Jerónima Nicolini nació en 1588 en Alicante. Fue hija de Sebastián Nicolini y Blanca Mucio, nobles genoveses establecidos en Alicante, y hermana del canónigo y escritor Sebastián Nicolini († 1681). El matrimonio tuvo cinco hijo, un varón – Juan Bautista – y cuatro mujeres, todas ellas religiosas del convento agustino de La Ollería, signo de una sólida formación cristiana. Desde joven sintió Jerónima el atractivo hacia la vida espiritual. Alimentó su fervor religioso con la recitación diaria del rosario, la frecuente asistencia a misa, y las lecturas de destacados autores: Luis de Granada, Pedro de Alcántara y Santa Catalina de Siena.

Fallecido su padre, a los 15 años tuvo lugar su “conversión definitiva”, según refiere ella misma, y vistió el hábito de terciaria dominica. Algunos años después, una vez informada de la recién iniciada fundación de las agustinas descalzas y el propósito de fundar en La Ollería (Alicante), tras especial llamada del Señor a la vida de mayor oración, soledad, quietud y recogimiento, ingresó en este monasterio de San José y Santa Ana, cuando sólo llevaba diez meses fundado. Tomó el hábito agustino el 3 de junio de 1612. Así, pues, Jerónima Nicolini, se convirtió en una de las primeras vocaciones del nuevo monasterio, ejemplo que siguieron tres de sus hermanas: Juana Ángela de San Nicolás, Blanca de Jesús y Agustina de la Trinidad, que falleció durante el año de noviciado. En el mencionado convento de La Ollería emitió la profesión religiosa el 5 de junio de 1613 y al día siguiente recibió el velo de Esposa de Cristo, momento en el que adoptó el nombre de Inés de la Cruz.

Su equilibrio y buen juicio en los acontecimientos y determinaciones fue valorado por sus hermanas de hábito, convirtiéndose en fiable consejera. Nueve meses después de profesar fue nombrada maestra de novicias. Destacó por su profunda humildad y extremada mortificación. Poco más de dos años después y tres de su profesión salió elegida priora de la comunidad, aunque se le dio el nombre de vicaria porque no tenía aún la edad canónica para ejercer este oficio, una vez dispensada por el obispo de la diócesis. En 1620 era priora en propiedad, cargo en el que permaneció durante veinte años y en el que forjó tanto su personalidad como la historia del monasterio. Como verdadera madre de todas las religiosas siempre estuvo dispuesta y disponible ante quien la necesitase a cualquier hora del día como de la noche. En beneficio de la edificación espiritual de sus hijas empleaba los dones recibidos del cielo, y en especial su conocimiento de los espíritus, siempre ejercido con suma discreción y dejando traslucir la caridad que la movía a manifestar los hechos y pensamientos ocultos.

Manifestó especial devoción hacia la Santísima Virgen María, San José, Santa Ana, San Agustín, San Nicolás de Tolentino, Santo Domingo y San Francisco de Asís. Ayunaba casi de continuo, de manera que “solo comía para vivir, y no vivía para comer”, sentencia Jordán (Historia, II, 623). Por diferentes partes del cuerpo tenía repartidos rigurosos cilicios: brazos, piernas, cintura, pechos y espalda. Las disciplinas eran frecuentes y continuas las vigilias. Sus éxtasis, apariciones, visiones y meditaciones de la Pasión del Señor, principal fuente de oración e inspiración, fueron el móvil que llevó a su confesor, el P. Barberán, a mandarle por obediencia que escribiese sus apuntes espirituales. Esta obra se conserva junto con los testimonios de varias religiosas que convivieron con ella y que dan fe de la vida singular de Inés de la Cruz. Uno de los testimonios corresponde a su propia hermana, Blanca de Jesús, entonces priora del convento; y Juana de Santa Gertrudis, una de las primeras novicias que formó la madre Inés y que siempre gozó de su íntima confianza.

Tras una larga enfermedad falleció el 26 de mayo de 1651. Este hecho produjo beneficios espirituales a la comunidad y a cuantos a ella se encomendaban. Su cadáver fue depositado dentro de un arca de madera en el hueco de la pared, junto a la sepultura común de las religiosas del convento. Numerosos han sido los favores, consuelos y curaciones realizados por intercesión de Inés de la Cruz.